Crònica oficial de la Paella del mateix nom.

El fetge de bou compleix 25 anys

La Serenissima

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Diputació General del Fetge de Bou

In Memoriam: Forges

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In Memoriam: Pau Donés

In Memoriam: Pau Donés

Samarreta commemorativa

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El Teatro Chino

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Nadie podía sospechar aquel atribulado 18 de julio de 1936 que, más allá de los sucesos desencadenados por la sublevación militar en España, se iba a forjar una insólita relación entre dos mentes tan preclaras como avanzadas a su tiempo: la del ingeniero aeroespacial estadounidense John Whiteside Parsons y la del sacerdote español Emeterio Codoñer. Trabajaba entonces Codoñer en su proyecto para evangelizar el Cosmos pero la situación política le obligó a poner pies en polvorosa. En la embajada de Estados Unidos en Madrid halló la protección y ayuda del embajador Claude Gernade Bowers quien le facilitó un visado para poder salir en tren hacia Le Havre (Francia) y embarcar en el transatlántico francés SS Normandie con destino a Nueva York. Por su parte, John Whiteside Parsons prestaba servicio ese mismo año en el Guggenheim Aeronautical Laboratory del Instituto Tecnológico de California y proyectaba desarrollar un cohete de combustible sólido. Por tal motivo había viajado a New Jersey con el fin de recabar el apoyo financiero del filántropo y aviador Harry Frank Guggenheim para fundar el Laboratorio de Propulsión a Chorro, conocido por las siglas JPL (Jet Propulsion Laboratory). Harry F. Guggenheim había becado al sacerdote español Emeterio Codoñer con una sustanciosa dotación a cargo del Daniel Guggenheim Fund for the Promotion of Aeronautics para desarrollar la propulsión mediante propergoles por lo que la ligazón de Codoñer con John Whiteside Parsons fue inevitable como inquebrantable fue el compromiso del sacerdote cosmoevangélico con los proyectos de la propulsión a chorro. La intensa espiritualidad del religioso español halló en las experiencias de John Whiteside Parsons un nuevo marco de referencia o, como él mismo dijo en una ocasión, “un rosicler de la razón al servicio del apostolado” . Por eso o por el bourbon de Kentucky, se inició en la lectura de temas esotéricos comolos difundidos por el influyente ocultista, místico, alquimista, escritor, poeta, pintor, alpinista y magoceremonial (que se hacía llamar Frater Perdurabo) el británico Aleister Crowley fundador de la filosofía religiosa de Thelema. De la manodeTheodore von Kármán a la sazón la máxima autoridad del Guggenheim Aeronautical Laboratory, Codoñer avanzaba en sus conocimientos de aerodinámica y particularmente en lo que se refiere a la caracterización de flujos de aire supersónicos e hipersónicos y en su tiempo libre devoraba la literatura ocultista que le facilitaba su colega John Whiteside Parsons y en la que vino a descubrir a los tocinistas, una rama escindida de la sociedad secreta de los goliardos de Baviera que impresionó muchísimo a Codoñer, de natural glotón, por el culto al carpe diem que preconizaban. No constan documentos adverados que permitan situar históricamente el momento de ruptura que hizo surgir a los tocinistas como tales. Sin embargo, sí que es factible seguir el rastro del pensamiento que caracteriza al tocinismo que hoy conocemos: una querencia inusitada e inquebrantable por el buen comer y el mejor beber, por lo que es probable que en la actualidad los tocinistas se agrupen en cofradías o asociaciones gastronómicas que tienen el sencillo propósito de compartir ágapes y degustaciones de preparaciones poco comunes como es el caso de la paella de hígado de toro. En cualquier caso, lo bien cierto es que la urdimbre de amistades y lecturas que Codoñer tejió a lo largo de su fecunda existencia dio como resultado la panoplia de personajes que a continuación se muestra en este modesto opúsculo intitulado Rosicler Fragante.


Por gavillas se cuentan los fracasos de la clonación de Franco porque siempre se echó mano de incompetentes y embaucadores para tal fin.

La llegada del último siglo determinó a unos cuantos emprendedores, que salían de la junta de accionistas de un banco, a contactar con el padre Javierre; cosa que habían estado evitando durante mucho tiempo.

Abundio Javierre Santatecla fue criado en el seno de una familia profundamente piadosa y tradicionalista que le encaminó a la religión en cuerpo y alma. Su díscola personalidad le granjeó dos amenazas de expulsión del Seminario Mayor de San Clorato de donde egresó como sacerdote jesuíta. Pero más allá de su mal carácter,  lo que más miedo causaba a los promotores de la clonación era la mala fama que precedía a este ingeniero diocesano que dio al mundo grandes y provechosos inventos tales como los Baturros Pisauvas que aún hoy recorren ferias y fiestas de España, la Virgen Patriota que, desde su posición yacente, ejecutaba el saludo fascista o el autómata Paquito, una réplica del Caudillo que jamás llegó a utilizarse por causa de la intervención a garrotazos del padre Corrons. Personas de alto rango con mando en la Guinea Ecuatorial intercedieron por estos prelados pendencieros y no llegaron a entrar en prisión.

Con gran cautela los promotores llegaron hasta Javierre con un encargo demasiado grande para lo que entonces se llamaba Javierre Industrial al carecer esa mercantil no solo de la tecnología pertinente sino también de la licencia de actividad.

Con un parón de treinta y dos años, el proyecto de clonación del Caudillo comienza a tomar forma en 2005 coincidiendo con el despegue de Javierre Industrial que se convierte en la Corporación Javierre tras una importante inyección de capital procedente de Embutidos Camprodón.



Durante un congreso sobre el papel de los recortadores taurinos en las fiestas populares que se celebró en el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe de Valencia el mismo padre Javierre, ya entrado en años pero con un aspecto de chaval envidiable, expuso a los asistentes primero que él se encontraba tan lozano a causa de su estricta dieta tocinista a base de torreznos y frito de orza y segundo que la Corporación podía perfectamente clonar a cualquiera porque ya había clonado con éxito a una cabra de la Legión.

“Será, pues, viable la clonación del Caudillo” -declaró el padre Javierre a Las Provincias- ”pero de momento la financiación flojea porque los promotores se lo están gastando todo en putas”.





Era Vicenta una harpía

que vino al mundo en Mogente

pero, como tanta gente

que por su hacienda porfía,

hizo de chacha en Gandía 

y luego, tan ricamente,

se marchó a Tavernes Blanques

y puso una frutería.

Como dice la zarzuela,

pronto dominó las artes

de sisar -la picaruela-

a toda su clientela.

Estafaba con el peso,

embaucaba con el punto

de madurez del ciruelo

y, para remate, luego

endiñaba unos melones

que al cohombro hacían bueno.


Como vio que en aquel tiempo

todo eran procesiones

ideó con un cerero

el ponerse en relaciones

y como el del sebo era

doctor en tarar el peso

en cosa de pocos años

y a fuer de ser muy tacaños

triplicaron sus ingresos.

Mas el cerero tenía,

hablando un poco a lo claro,

bastante suelta la brida

de sujetar el canario

de modo que en señoritas

(putas de toda la vida)

dilapidaba su erario.

Vio Vicenta que eso era

un tormento innecesario.

Dejó al del cirio plantado

y se hizo hostelera

en una huerta muy tosca,

aunque fértil, que le dicen

huerta del barrio de Roca.

Y allí puso lo que entonces

solo tienda se llamaba

mas se corrieron mil voces

sobre lo bien que guisaba

arroces que aparejaba

siempre a copia de caldo.

Dicen que el arroz nadaba

ya fuera meloso o seco

y aún a pesar de este aspecto

que a cualquiera desagrada

muy lejos de sufrir mengua

la clientela aumentaba.



Casó con un carretero
que hacía portes y encargos

y cuando el hombre tenía

rutas y viajes largos

Vicenta, que era muy zorra,

yacía con el cartero

incluso en días feriados.

Entrada en edad provecta

hizo concilio a sus hijos:

"Nunca dejéis esta senda,

la del muy copioso caldo,

que entre mascar o sorber

renta muy más lo segundo

pues, como siempre es de ver,

remata antes sorbiendo

el cliente que en morder"



Nacida en el seno de una familia de la provincia de Zhejiang, rosicler de la China, ya era una virtuosa intérprete de san-hsien cuando en 1922 su familia se vio obligada a emigrar huyendo de la situación política de su país natal generada tras las revueltas y llegada al poder de Chiang Kai Shek.





Se trasladó a las islas Ryukyu (la actual Okinawa), donde gracias a las relaciones comerciales entre China y Japón, el san-hsien  (un instrumento de tres cuerdas originario de China) evolucionó hasta convertirse en el shamisen que todos conocemos: con una estructura similar a la de una guitarra o  banjo y con el sonido extremadamente característico vinculado al teatro kabuki, en el que Sor Tse-Ping, nuestra tocinista, trabajó muchísimo alternando con la venta de churros, porras y torreznos en un puestecillo ambulante que poseía y que fue el vehículo que la introdujo en el mundo del cine donde encontró un discreto y confortable lugar.


Apareció en varias escenas, tañendo su instrumento junto a la gran Ava Gardner, en el maravilloso film 55 días en Pekín. Contaría entonces 52 años a pesar de que ningún documento puede respaldar este cálculo pero eso no es lo mollar; la cosa fue que, a base de torreznos y potajes, engatusó a David Niven y lo tuvo a sus pies durante todo el rodaje del film. El gran dandy la cubrió de joyas y hasta puso a su nombre un bellísimo cottage en Upon Avon (Gran Bretaña) que nuestra tocinista mandó decorar primorosamente con el asesoramiento de su gran amiga Mayrén Beneyto. 


Dicen que se retiró con el riñón bien cubierto pero en punto a ese hipotético retiro es donde el misterio se hace más insondable. A finales del siglo XX -el amable lector puede ir echando cuentas- intervino en la película Matrix de las reconocidísimas tocinistas hermanas Wachowski y su papel no era el de momia rediviva sino el de mozuela volatinera. Dicen que tomaba unos muy raros brebajes que preparaba en secreto y que comía un arroz picante preparado con escarola, hígado de buey, garbanzos y otras viandas vivíficas que la mantenían lozana y pletórica; aprendió a componerlo durante el rodaje de El Cid film en el que hacía el papel de monja exclaustrada de vida licenciosa aunque todas esas escenas tan sicalípticas no se pudieron ver en España como tampoco trascendió a la prensa su tórrido romance con Charlton Heston para envidia de Sophia Loren.



Esta es la breve historia de un hombre que nació en Cañuelas, muy cerquita de Buenos Aires, el año de 1859 y vivió apaciblemente disfrutando de su familia en la pampa amena y hermosa.

Con el despacho de teniente y veinte pujantes años, León Trujillo Volpini tomó parte en una campaña militar, que se gestó en lo que toca a la estrategia y la teoría social y política, en el palacete colonial que su familia tenía en Cañuelas y cuyo objetivo era darse prisa en conquistar lo que los ingleses codiciaban.

Antes de partir hacia el desierto con las tropas del coronel Levalle, contrajo matrimonio con una de las hijas de un gran amigo de su padre que por aquel tiempo gozaba del más alto prestigio nacional. La boda, se puede imaginar, fue un acontecimiento social muy notable pero la luna de miel duró poco porque las fuerzas militares se movieron rápidamente hacia el sur.

Cuando comenzaron las hostilidades, León Trujillo quedó apercibido de dos cosas: por una esquela que el correo le trajo desde Buenos Aires, que esperaba un hijo y por el informe oficial de la Comisión Científica, que los nativos valían más muertos que vivos; así que, con la ilusión de lo primero se lanzó a lo segundo como un Pizarro redivivo.

En todos los frentes el ejército actuó con enorme diligencia por lo que la Conquista del Desierto finalizó en el Cabo de Hornos de manera tan exitosa que la Argentina triplicó su territorio y entonces es cuando empezó lo mejor que tienen las conquistas: el reparto.

León Trujillo Volpini, que era yerno del ministro de la Guerra, obtuvo dos ascensos por los muchos méritos logrados y terminó la campaña contra el indio como comandante y propietario de una extensión de terreno tal que desató las envidias de sus correligionarios. Hasta se empuñaron revólveres aunque sin mayores consecuencias.

Tras una estadía en la capital, durante la cual su primogénito Napoleón Trujillo Roca tomó la primera comunión, la familia preparó su traslado a la pampa para establecerse en una estancia muy bella llamada La Inglesa.

León Trujillo se convirtió en ganadero en un momento dulce porque la industria frigorífica había llegado ya a los barcos que cruzaban el Atlántico y la carne del vacuno argentino era muy apreciada allende las fronteras donde, por otra parte, se estaba cociendo un descomunal conflicto que asolaría Europa.

Nuestro hombre sabía muy bien que en río revuelto las ganancias son para los pescadores, así que movió los resortes de su agencia comercial de Plymouth (Reino Unido) a través de sus contactos tocinistas y en poco tiempo su fortuna pasó a ser una de las más importantes de la república. Dar de comer al hambriento a veces tiene esas cosas.

Terminó sus días felizmente, bajo el cielo rosicler de la pampa, como respetado patriarca y ganadero modelo.





La Exposición Regional Valenciana de 1909, impulsada por el presidente del Ateneo Mercantil de la ciudad de Valencia don Tomás Trénor, se desarrolló entre el 22 de mayo y el 31 de julio, de modo que coincidió esta encomiable iniciativa con el  primer vuelo de más de un cuarto de hora que protagonizó el pionero parisino de la aviación Henri Farman.


El récord de Farman se divulgó rápidamente por el recinto ferial de la Exposición Regional Valenciana llamando así la atención de los muchos entusiastas de las corrientes modernistas que ensalzaban de manera ilimitada el potencial de la aviación, de los motores de explosión y de las nuevas aplicaciones eléctricas. El 5 de septiembre de 1909, el ingeniero de Cullera Juan Olivert Serra, más conocido como “El Volaoret”, llevó a cabo en el campo de maniobras militares del Regimiento de Artillería Montado nº 11 del Ejército de Tierra de la localidad de Paterna, el que se considera como  «primer vuelo motorizado» en España.


La aventura acabó mal ya que el aeroplano puso rumbo hacia el público que asistía al espectáculo y Olivert decidió virar bruscamente hacia una zanja. Como desagravio y loa don José Donat, Presidente de la Sección de Aviación del Círculo de Bellas Artes de Valencia, organizó una degustación de paella de hígado de toro en la cercana población de Tavernes Blanques.


La experiencia gastronómica de “El Volaoret” en Tavernes Blanques fue reveladora según consta en su diario personal que conserva su familia, de modo tal que a su desatada pasión por la aviación unió la vocación por la panceta, la casquería y otros calóricos manjares convirtiéndose al tocinismo como él mismo proclamó.


Poco después del acontecimiento de Paterna, Juan Olivert contrajo matrimonio con Pilar Peris Castellano, hija del periodista Francisco Peris Mencheta, forjándose así una íntima unión entre el espíritu aventurero del joven aviador y la vocación emprendedora de su suegro, plasmada en el períódico “La Correspondencia de Valencia”, que en 1918 devino órgano oficial del partido político Unión Valencianista Regional y sirvió de plataforma en las campañas del mismo en favor del estatuto de autonomía valenciano.


La escasez y las dificultades derivadas de la Primera Guerra Mundial, especialmente tras la declaración en enero de 1917 por parte de Alemania de la guerra submarina a ultranza, hizo necesario que “El Volaoret” tornase a surcar los cielos  ya que la situación era muy grave en la ciudad de Valencia: los agricultores y los obreros sabían que toda la cosecha de arroz del año 1917 no se pudo exportar por la prohibición existente y que estaba almacenada y escondida por numerosos acaparadores que aumentaban el precio constantemente sin otra razón que su propio enriquecimiento. Y lo mismo podía decirse del aceite para el que regían las mismas circunstancias que para el arroz. Faltaba carbón y gas,de modo que la ciudad estaba a oscuras y las fábricas paradas.





En ese escenario, los contrabandistas habituales habían sustituido su negocio en el tabaco por el de los víveres y estaban haciéndose millonarios vendiendo a Francia lo que escaseaba en España. La misión de Juan Olivert, para asegurar el sustento de su familia, consistiría en abrir una vía alternativa al contrabando con Francia (ya muy copado por Juan March) y a tal fin contactó con el agregado naval y jefe del servicio de información de la marina italiana Filippo Camperio con quien  inició una lucrativa vía de colaboración e intercambio que se prolongó hasta el final de la Gran Guerra con todo tipo de productos: azúcar, lentejas, garbanzos, habichuelas, arroz, aceite de oliva y enormes cantidades de hígado de toro, por un importe total cercano a los veinticinco millones de pesetas. 


En la actualidad se sigue investigando sobre los vínculos de “El Volaoret” y los Mencheta con Italia, ya que ése sería el origen del auge y éxito de otra saga de emprendedores: los hermanos Galanti.




Un rosicler Catalina,

la de Aragón, en su pecho

esconde pero ilumina

en leguas un grande trecho.

Sabia, guerrera y astuta,

todo su pueblo la adora

mas es una prostituta

la que a Enrique enamora.

Por mor de grande sordera

no escuchó a la de Aragón

que se cagaba en sus muelas

allá desde Kimboltón.



Gracias que la providencia

y los tinnitus benditos

le negaron la evidencia,

ella conservó expeditos

la tiroides y el hioides

y la cabeza en su sitio.






Desde principios del siglo XIX Vicente Azpiarte Zarrabeitia regentaba una chacinería en Mendiola (a un paso de Vitoria) y el negocio le funcionaba muy bien de manera que su primogénito Tadeo Azpiarte Urrutia no hubiera tenido ninguna necesidad que cambiar de actividad pero lo hizo. Sin abandonar del todo el trasiego de las carnes, la emprendió con el de las alpargatas.


Tadeo Azpiarte tenía muy buen ojo para el negocio y vio venir una oportunidad dorada con el lío que se traían en Madrid con la sucesión del rey felón. Convenció a Gil Hacha Urmeneta, propietario de una fabriquita de alpargatas de La Rioja para ponerse en situación de producir en gordo para las tropas isabelinas y para las carlistas en el mismo obrador. Al finalizar la primera campaña carlista, Tadeo Azpiarte y su socio habían amasado una considerable fortuna y habían creado, en el hoy miserable villorrio de Cervera del Río Alhama, una industria floreciente y modélica. Pero Tadeo Azpiarte, que era persona de culo inquieto y pajarito del mismo tenor, se lió con una vicetiple de Miranda de Ebro con la que marchó a la Argentina tan ricamente,  aunque hay que consignar aquí que doña Régula, su legítima, amarró muy bien el patrimonio y a Giuseppe Galanti, un napolitano pariente de un alto funcionario venido a menos.


Siguiendo el ejemplo del padre, su hijo Tadeo Miguel vio con claridad que engrasar convenientemente la maquinaria de la guerra en España era negocio seguro así que empezó a trabajar la grasa caballar para botas, cintos y guarnicionería en general y la grasa mineral (de la hulla o el lignito) para los ingenios bélicos y carretas. Las sucesivas contiendas intestinas lo convirtieron en un industrial cristiano, cabal y de solvencia sobrada.





Grasas Azpiarte abrió fábrica en Mendiola y despachos comerciales en Vitoria y Madrid, pues era proveedor de las compañías Caminos de Hierro del Norte y Ferrocarriles Andaluces. A principios del siglo XX, la compañía gozó del poderoso favor del Patriarca de las Indias Occidentales, el ovetense Victoriano Guisasola y Menéndez que, con su prudente consejo y tutorización, permitió el progreso de los Azpiarte que alcanzaron su clímax durante los años de la Primera Guerra Mundial. Fueron esos los años de mayor esplendor en los que, pese a la escasez e inflación que padecía el grueso de la población, los Azpiarte, al igual que otras familia germanófilas como la de Juan March Ordinas, gozaron de un bienestar que en lo gastronómico les conectó con el tocinismo,  movimiento exclusivo  reservado en aquel entonces a las clases privilegiadas.


El compromiso de los Azpiarte con el nacional catolicismo fue muy recio durante la última guerra civil, tras la cual la empresa estuvo al borde de la quiebra porque el negocio de la grasa quedó en manos de un nazi que vivió un exilio dorado en España y disfrutó de un trato exquisito por parte de las autoridades franquistas hasta su fallecimiento en Málaga en 1997. 


El negocio, a pesar de todo, resistió y en la actualidad lo dirige muy dignamente Kevin Jesús Azpiarte Gabarrón que milita en el más recalcitrante crudiveganismo.






Como todos los 19 de febrero, la población de Campanar se disponía a festejar a su patrona, la Mare de Déu de Campanar. A primera hora hubo chocolatada aparejada por Doña Alivio Piris y ya a la hora de comer, un arroz con judías y nabos. La novedad de aquel año 1965 era la presencia del famoso Circo Hervás en el que, además de los hermanos Tonetti, intervenía el famoso José Rodríguez Castellano más conocido como Pepe “El Berenjeno” quien, tras haber fracasado como torero, intentó abrirse camino como luchador de catch sin cosechar en esta disciplina el éxito que sin duda merecía y por eso recaló en el Circo Hervás como forzudo.



“El Berenjeno” comió y ponderó tanto el arroz con nabos que desde entonces fue conocido como “Xiquet de Campanar”. Por causa de aquel exceso, le sobrevino un flato irrefrenable que le impidió actuar durante varios días cayendo en tan tenaz melancolía que hubiese sido su perdición si no llega a terciar una jovencita de nombre So Chermana que le ofreció un cocimiento de caldo con sémola de arroz y casquería que le asentó el cuerpo y le permitió ventear a capricho.

Aflojar aquella presión del vientre dio bríos a Pepe y se despertó su interés por la zagala aunque, la muy esquiva, partió esa misma tarde sin dejar señas.

Volvió la pena al ánimo de “El Berenjeno” y fue entonces cuando el enano Nicomedes Expósito, otro artista del circo, le ofreció la posibilidad de integrarse en un número cómico que requería menos esfuerzo: un duelo entre vaqueros del lejano oeste americano. En su currículum bien podían constar ya los oficios de torero, luchador, forzudo y actor cómico.



Aquel número del lejano oeste fracasó completamente y al cabo del tiempo Nicomedes inventó la llamada “Reolina del Ni” consistente en hacer la peoncilla con el solo apoyo de su descomunal pene en una bacinilla de loza. Pepe “El Berenjeno”, que no quiso malograr su pene tan a la ligera, quedó otra vez melancólico pero quiso la suerte que el presidente de la Excelentísima Diputación de Valencia, que había acudido al Circo Hervás para cepillarse a una trapecista, se tropezara con él y harto de escuchar sus penas, le ofreció un puesto de macero que supuso para Pepe el inicio de una vida muelle con sueldo seguro, iguala y numerosos complementos bajo cuerda por trabajos de todas clases entre los que se contaba el acompañamiento de señoras.


Esta mujer bravía que nació en San José de Mayo (Uruguay) hace más de doscientos años, pasó parte de su vida en uno de los enclaves más solitarios y tristes del mundo: en Isla Soledad o, como la llaman los británicos, East Falkland.





Llegó a esas tierras a bordo del Levensides un carguero que transportaba guano y que naufragó frente a la costa de Stanley. Salvó la vida casi toda la tripulación pero no su padre que ya era viudo y además prófugo.


Entró al servicio de una tabernera que la exprimió a cambio de cama y comida. A la taberna nunca le faltó parroquia porque la marinería ballenera necesitaba alcohol y desahogo.


Cuando en extrañas circunstancias murió la tabernera, Satanasa pasó a regentar el negocio y multiplicó sus ganancias.


El roce y el tiempo la unieron a John Scott-Jervis, un comandante de la Royal Navy con el que se trasladó a la capital del imperio para terminar convirtiéndose en Lady Barbara Scott-Jervis; su nombre y apellidos iniciales quedaron en zona oscura.


Su talento para la trepa social le hizo acumular riquezas en forma de herencias diversas entre las que tempranamente ejecutó la de su marido John Scott-Jervis desaparecido en el Pacífico durante un tifón.


En su suegro encontró la horma de su zapato y ya parecía que su meteórica carrera iba a estancarse cuando llegó una tristísima noticia de la India: el primogénito de Sir Harold Alexander Scott-Jervis había muerto al ser atacado por un tigre, de manera que la enorme hacienda y la industrial tetera de la región de Assam quedaban sin dirección. Sir Harold sin duda lo pensó bastante pero sabiendo que a la larga lo perdería todo, optó por perder de vista a su nuera y la mandó a la India para que se hiciera cargo del negocio.


Aquello fue un acierto porque los beneficios se dispararon. El opio y no el té era el motivo de las grandes ganancias.


En 1905, durante la partición de la provincia de Bengala, que dividió también los predios de Barbara Scott-Jervis, murió ésta a la edad de sesenta y nueve años de una apoplejía.


La hacienda y el pingüe negocio quedaron en manos de Bo-gui C. Gong un honorable ciudadano chino que siguió comercializando el Assam Tea hasta que fue cruelmente asesinado un año antes de la independencia de la India.


Tras descubrir que su primo Ovidio era desde hacía años "La cabreriza de Orán", sufrió una profunda crisis moral que le llevó al completo abandono de sus estudios sobre el Navigatio Sancti Brendani obra que relata el fantástico viaje del monje Brandán, abad del monasterio de Clonfert en Irlanda, junto con catorce frailes a las Islas del Paraíso.

Lo dejó todo empantanado y al canto de un duro estuvo de entrar en religión pero una noche, fuera de toda lógica, se limpió el culo con una de las setecientas tarjetas en las que tenía organizado su trabajo y así fueron cayendo la mayoría de ellas pues ya barruntaba un nuevo norte para su vida.

Emergiendo de un invierno atroz que le tuvo recluido en su quinta de Villarta, un relámpago cerebral le metió la idea de viajar a la húmeda Holanda. Aparejó todo el avío y allá que se marchó sin más conocimiento de aquellas tierras que las lecturas acumuladas sobre Ambrosio Spínola. Tuvo suerte porque pronto trabó amistad con Adriel Amigo al que escuchó cantar en sefardí una coplilla que él también conocía. Esta coincidencia y la emoción que se suscitó entre ambos fue el preludio de una larga amistad.

Adriel, poco piadoso y bastante borrachín, se dedicaba al comercio de diamantes negocio en el que pronto entró el desconsolado erudito tras aprender mucho y bien sobre el género y cómo colocarlo.

El contumaz vicio de Adriel le hubiera traído la ruina de no ser porque su amigo sacó cara por él con el mismo ánimo con el que lo cuidó cuando ya se hallaba en las últimas. Adriel Amigo había hecho cesión de la empresa a nuestro hombre que en un periquete se hizo muy rico.

Cierta vez que volvió a España, en Villarta, liquidó las pocas tarjetas que sobre el abad de Clonfert le quedaban y al marchar lanzó como un remugue con el que daba a entender que ya no regresaría jamás.






Esos ojos de azabache

que roban la luz celeste,

ese sutil maridache

de los fulgores del este

y el tibio azul de poniente.

Flor perfumada y galana

del rosicler setabense:

Entre jazmín y achicoria,

desafías a la historia

de los mil juegos florales

con tu beldad a raudales

y ese mirar que da gloria.

Púber henchida de amor

tan pulida y nacarada:

atesora bien tu flor

que los lances de la vida

pueden causar una herida

que muy presto se gangrena

trayendo tan grande pena

como la de Botifarra

cuando perdió la su voz.

Mas espántense pesares

y colme el gozo tu pecho.

Entre ritmos y compases

arrúmbese ya el despecho.

Eclosione Primavera

cual brioso vendaval

y resuene en La Costera

la siringa del dios Pan

y hasta el Parnaso te lleve,

dulce niña, el gondolero

que se llama Paco Camps.




El padre Ignacio Corrons, esa mente privilegiada de moralidad enhiesta, plasmó su camino de fe en multitud de sermones; tantos que su natural tendencia al despiste podría haber ocasionado un desastre apostólico de no haber contado con la pulida mano del compilador y editor doctísimo, Reverendo Padre Benigno Crevillente (natural de Cocentaina) quien plasmaba en papel todas las ideas -muchas veces inconexas- que Corrons lanzaba para enderezar un mundo en el que la conspicua observancia de los preceptos morales por parte del cristiano muchas veces se ve truncada por el Maligno.



Pero antes de llegar a ser tan docto, el padre Crevillente fue seminarista y compañero de promoción del muy airado padre Salfumante Gabarrón.  Los seminaristas rehuían la compañía de Gabarrón con las más peregrinas excusas: repasar Teodicea, preparar un ejercicio de Oratoria, hacer un baño de asiento... Así que su único amigo era Benigno Crevillente Bonet que estaba hecho de otra pasta y por eso se percató enseguida de que allá dentro del fondo de su alma guardaba Salfumante un rosicler y quizá por eso también aguantaba sus arranques, como un Job del siglo, sin mostrar alteración o desagrado.Cuando su amigo se daba a los demonios, solía desencajonar un suspiro y casi siempre le daba un golpecito o dos en un hombro. Si estaban de paseo, lo tomaba por el brazo y lo arrimaba a la primera taberna que quedase a mano; entraban y sin intercambiar ni una sílaba con él,  pedía al tabernero dos aguardientes colmados, levantaba el suyo y arqueando las cejas invitaba a su acompañante a hacer lo mismo. Nunca fallaba, el tozudo seminarista abría unos ojos como platos y apretaba los labios hasta casi hacerlos desaparecer; un fugaz espasmo, que parecía una media sonrisa, abría paso franco al espirituoso. Benigno Crevillente Bonet, reconfortado, pedía otra ronda.

El padre Crevillente -ya es de ver- era un hombre bueno pero con un saque fenomenal, por eso tras dejar la dirección espiritual de un grupo de intelectuales autodenominados Los Bequeteros, se hizo cargo de la Pastoral Tocinista por encargo de la mayor cabeza pensante de la Iglesia, monseñor Munilla.




Entre los dulces tradicionales, licores y pastas comercializados por la Confitería Agulló, ese flamante establecimiento contestano, destacan los “Genaros”: una barca de hojaldre con una cobertura de higo y azúcar.

La hermana gemela del reverendo Benigno Crevillente -Pilarín- trabajaba en ese templo de la hiperglucemia como contable prácticamente de toda la vida. Con el advenimiento de Internet, se hizo necesario atender los numerosos pedidos que se tramitaban online y para ello la empresa pensó en Pilarín Crevillente que aceptó el encargo y pidió que desde ese momento se le conociese con el nombre de señorita Trixie, cosa que así se hizo.

Había trabajado una breve temporada en Ternos Russini, mercantil que vendía trajes por correo contra reembolso, por lo que tenía conocimiento suficiente de ese tipo de ventas a distancia así que la señorita Trixie se instaló en el departamento de ventas online de la Confitería Agulló e implantó un innovador sistema basado en el método Mamierca.

Muchos eventos locales contaban con el servicio de la Confitería Agulló: los actos oficiales del ayuntamiento, la festividad de San Hipólito o los embaules organizados por el mecenas local Don Vicente Giner. Otros ágapes más cosmopolitas como las recepciones del obispado de Alcalá de Henares también contaban siempre con los dulces de los Agulló. 

Por iniciativa de la señorita Trixie, con el placet de su hermano, los “Genaros” pasaron a formar parte de la Pastoral Tocinista cosa que fue como maná para la confitería.

Desde que la señorita Trixie se jubiló, los pedidos son tramitados por la inteligencia artificial instalada en el moderno robot Escuder.


El compositor valenciano Manuel Penella Moreno pasó gran parte de su vida viajando con compañías de ópera y zarzuela por todos los países de América y fue también un gran divulgador de su añorada tanda en las tierras del Nuevo Mundo.


En 1912, Penella inició una gira por la Argentina, donde cosechó numerosos éxitos y vivió como un artista de fama. Vicente Blasco Ibáñez quiso camelarlo para financiar su fallido proyecto de cultivar tierras en la Patagonia pero Penella declinó involucrarse en aquella loca aventura.


Como muchos otros valencianos expatriados en la Argentina acabó abrazando el incipiente tocinismo que por su parte había iniciado León Trujillo en la bella estancia conocida como “La Inglesa”, deviniendo costumbre compartida en las reuniones festivas de los pioneros en el continente americano la ingesta de guisos con casquería y vísceras de bóvidos.


El cada vez más prestigioso Penella volvió en 1919 a tierras americanas para representar su ópera “El gato montés” en varios países hispanoamericanos como Cuba, México y Argentina así como en el Park Theater de Nueva York con un éxito arrollador. Contaba Penella con dos hombres de su total confianza que trajo de Valencia para atender las múltiples y diversas contingencias y tribulaciones que acontecían en cada bolo. Y quiso la casualidad que ambos quedaran prendados de una jovencísima Concha Piquer, que iniciaba entonces su exitosa carrera.


Con el afán de atraer la atención de la joven Concha, los dos hombres ofrecieron al representante de ésta la posibilidad de lanzarla al estrellato cinematográfico sonoro. Tanto le doraron la píldora que en 1923 la Piquer se avino a intervenir en un cortometraje sonoro titulado "From far Seville", dentro de una de las muchas pruebas que el inventor americano Lee De Forest estaba realizando, junto con Abundio Javierre, para perfeccionar el sistema de sonido sincronizado Phonofilm, que con posterioridad se incorporaría a las primeras filmaciones del cine con tema llevadas a cabo por Adenagüer Pémbelton.


Las intenciones de este par de tunos no eran, desde luego, hacer posible el nacimiento de una estrella y como la Piquer no se había caído de un guindo, les cantó las cuarenta e informó del suceso a Penella que les puso de patitas en la calle.





Nuestros dos zascandiles, tras un asado argentino que les ofreció su amigo común Demoscópico Galanti en Mar del Plata, también deshicieron su tándem en pos cada uno de su propio destino. Aunque Galanti, que comerciaba con licores espirituosos, vicetiples y otras sustancias psicotrópicas, les ofreció hacerse cargo de unas churrerías muy pujantes llamadas Dennys Canuto ellos, con gran sentido, optaron por otros otros honrados derroteros.





Tras probar la inveterada ocupación de proxeneta, Ricardo Centellas se instaló en Kentucky, donde un amanerado coronel ya ganaba dinero haciendo refrito de pollo, y puso un restaurante de comida familiar al que llamó La Orza Coronaria. Ganó muchísimo dinero, tanto que le dio para entrar en el negocio del petróleo.





En cuanto a su amigo y otrora rival en el amor, Valero Capellanes, solo sabemos que se retiró un tiempo a un viñedo que adquirió en Cariñena (California) y tras la vana tentación de hacerse bodeguero, inició un lucrativo negocio de tratamiento de despojos cárnicos. Fundó la aún hoy pujante cadena de kebabs

El Otomano Beodo y en horas perdidas, se dedicó a producir films experimentales de cine con tema.



Insignes toreros ha dado al mundo nuestra ofrendante tierra. Baste recordar a los ultraliberales El Soro, Ricardo de Fabra, Vicente Barrera o Enrique Ponce. ¿Pero quién recuerda a Eduardo Moscardó Mustieles, Lliguardo?  Lliguardo fue un gran torero natural de Riola (Valencia) que durante los primeros años del siglo XX triunfó de lo lindo en España al mismo tiempo que difundía la filosofía tocinista en las múltiples tertulias en las que participaba.




 

Su biógrafo, el gran taumaturgo Morasio que también es autor de la magna obra en sesenta volúmenes Tocinismo, compuso esta oda que resume el pensamiento de Lliguardo.



En sus palacios de polietileno tereftalato

y jardines de yogur cero por ciento

los profetas de lo insustancial,

ahítos de espirulina

celebran rituales de pepsi light,

canapés de tofú y morcillas impostoras,

invocando un paraíso de quirófano,

y un cielo de vientres planos

y hemogramas sin estrellas.

Pero desde las ciénagas proscritas del Sebo,

cabalgando arrogantes gorrinos

y enarbolando banderas de panceta entreverada,

volverán, orgullosos, los devotos del tocino

blandiendo torreznos de guerra y hachas de vaca añeja

para oprobio de los espíritus estériles.

Guirnaldas de chorizo y ristras de longanizas

engalanarán los templos profanos,

en los que los tocinistas,

sacerdotes de la incontinencia,

oficiarán verbenas de manteca y vino

para, entre duelos y quebrantos,

conmemorar la sepultura de lo insípido.






Manclús i altres il·lustres impressors com ara Blai Bellver i Tomàs assoliren un gran prestigi editorial derivat de l’elaboració d’uns cartipassos per a la instrucció cal·ligràfica dels escolars intitulats “quaderns d’instrucció pública” així com per les edicions de catecismes religiosos, cromos, plecs de soldats, calcomanies i estampes. També tingueren gran difusió els col·loquis, les auques i els fulls solts.





La creació en 1932 de la factoria paperera de Gregorio Molina, la popular fàbrica de Sant Jordi de Xàtiva, va suposar un canvi decisiu en l’estratègia empresarial del de Banyeres. Amb tres fills ja en edat de treballar, va donar-li una atrevida empenta a l’empresa adquirint a València l’establiment de Catalina Rius, vídua de Manuel Monfort, membre de la comissió redactora dels estatuts de la l’Acadèmia de Belles arts de Sant Carles.


Conten algunes cròniques anònimes que la inaguració de la impremta a València es va celebrar amb una gran paella de fetge de bou, a càrrec d’un prestigiós cuiner de Tavernes Blanques que es va encarregar d’organitzar l’acte amb una jaima i cadiretes per a tots els comensals assistents a l’esdeveniment.


Els descendents de Jaume Manclús han sabut consolidar un negoci d’edició que és, a hores d’ara, capdavanter en tot un seguit de publicacions prestigioses i arriscades: la “Revista Pornográfica del Medio Rural” compartix filiació amb la col·lecció d’opuscles titulada “Grandes Hombres de Fe”, que inclou textos d’Ignacio Corrons, Deogracias Isasi o Salfumante Gabarrón, entre altres.



La decidida aposta per la varietat de gèneres, així com la vocació tocinista dels Manclús ha permès comptar amb publicacions de renom, com ara la sèrie “Juventud” (Panadera, Fruticultora, Abaniquera, Pajarera, Farandulera, Perdularia, Bovina, Ornitóloga...) o “El melómano Calforro”, amb un caràcter clarament inclusiu de la seua línia editorial i amb amplitud de recursos tècnics que fan de Manclús el referent europeu de les publicacions; cap altra editorial ens hauria concedit la flexibilitat, comprensió i professionalitat que requeria una publicació com la que ara té vosté a les mans.



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