Recuerdo
de niño, allá por los sesenta del pasado siglo, escuchar a los
mayores hablar de “Cal Xato” con unos sentimientos mezclados de
reverencia en la mirada y de respeto en la voz. Desconocía siquiera
la existencia de esas palabras, pero algo en mi interior decía que
aquel bar de pueblo no era considerado por sus parroquianos como una
humilde taberna, sino una suerte de templo.
Pasados
los años aquel modesto figón devino en hostal y restaurante de
clase popular (del pueblo) y su cocina fue especializándose en la
gastronomía del arroz, tan de “la nostra terreta”. Mediados los
ochenta tuve la oportunidad de catar mi primera paella de fetge de
bou y desde aquel día supe que como mis mayores, también yo
hablaría del “Hostal Estela”, como había pasado a llamarse,
con el merecido respeto.
Son
ya más de veinte años de disfrutar tanto de sus arroces como de su
hospitalidad y aún David no deja de sorprender. Hoy ha sido con una
paella de pollo, conejo, níscalos y alcachofas cuyo sabor y bondad
colmaban el paladar con una mascletà de sabores, pero si los
afortunados comensales pensábamos que habíamos alcanzado el cielo,
lo mejor aún estaba por llegar: unos buñuelos de calabaza “de los
de la abuela”, de esos que nuestra memoria guarda con nostalgia y
que, como "los lagartos terribles", creíamos extinguidos.
Y
como siempre, una sobremesa sin prisas. Entramos a las dos y media y
nos despedimos a las siete y media de la tarde, luego de los
imprescindibles carajillos y de remate, unos cuantos berenjenos.
Ha
sido once el número de comensales y, como no podía ser de otro
modo, instalados en mesa redonda, como debe ser.
Su
mayor debe, la bodega, va mejorando: la comida ha venido acompañada
de Mala Vida, de Bodegas Arráez. Una buena relación entre calidad y
precio.
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